Una gran catedral anglicana, quizás demasiado grande para el tamaño de la ciudad pero una visita imprescindible en Chester.
Sus comienzos fueron sobre el año 1092 como una abadía de la orden de los Benedictos y durante el tiempo se ha ido reformando en varias ocasiones, cada una de las cuales ha ido adoptando rasgos del románico y del gótico.
El día que visitamos Chester tuvimos un poco de mala suerte porque parte del exterior de la catedral estaba siendo restaurado y no pudimos apreciar todo el edificio como nos hubiera gustado hacerlo, pero aún así es impresionante.
Como pueden ver el edificio tiene un marcado estilo inglés, que lo diferencia de las grandes catedrales europeas, pero le da un aire sobrío muy cautivador.
En esta catedral se suelen hacer muchos conciertos a lo largo del año, así que, si se van a quedar alguna noche en Chester, mirad bien porque a lo mejor pueden disfrutar de uno.
Una vez dentro se mantiene ese ambiente oscuro con ventanas pequeñas y grandes muros que nos trasladan a otra época.
En la nave principal, mejor iluminada que el resto, podemos disfrutar de estos grandes frescos sobre las paredes que relatan pasajes religiosos.
El techo es una maravilla de arcos, impresionante teniendo en cuenta la época de construcción y las herramientas para hacerlo… quizás eso es una de las cosas que más nos atraen de las catedrales.
Después de estar un rato mirando hacia arriba contemplando el techo nos vamos hacia el antiguo patio interior de la abadía que es donde se hace más patente la antigüedad de sus muros.
Y nos despedimos con esta foto de una pequeña fuente que hay en su jardín, espero que os haya gustado acompañarnos en la visita.